Diálogo entre Enrique Leff y Enrique Israel Ruíz

Presentamos un fragmento de la entrevista realizada por el profesor Enrique Israel Ruíz al profesor Enrique Leff. La entrevista completa será publicada en el Volumen 2, Número 1 Enero – Junio 2022 de la Revista Internacional de Epistemología Ambiental Cosmotheoros (ISSN: 2744-8924 ISSN (Digital): 2744-9483).


RED DE INVESTIGACIÓN IBERO LATINO AMERICANA Y DEL CARIBE EN EDUCACIÓN E INTERVENCIÓN AMBIENTAL PARA EL DESARROLLO

Entrevista al Dr. Enrique Leff Zimmerman
Coordinador: Dr. Enrique Israel Ruíz Albarrán
Moderador: Dr. Liberio Victorino Ramírez
Febrero 16, de 2021

Título:

Filosofía Ambiental en Tiempos Pandémicos: a propósito de El Fuego de la Vida

Israel Ruíz: Comencemos por el subtítulo de su libro: “Heidegger ante la cuestión ambiental”. En Ser y tiempo, Martin Heidegger emprende su investigación denunciando que, después del legado griego, la filosofía occidental olvidó formular la pregunta por “el ser”. Esta interrogante debe distinguirse de cualquier enigma que no sea de orden ontológico, es decir, que no cuestione qué es el Ser. En este entendido, Heidegger advierte que una pregunta “ontológica” implica ya una separación entre aquella que involucra el acto de pensar y aquella que no lo hace o no lo necesita. Una “pregunta” simple no se compromete con la falta o con lo que provoca apetencia. Por el contrario, “un pensar” que interroga “al ser” es ya un acto con consecuencias: abre un lugar para los descubrimientos y las neo-creaciones; a los contrastes y las diferencias.

Al leer y releer su texto, Profesor Leff, considero que mantiene esta práctica heideggeriana sobre el acto de pensar, pero con un matiz significativo: no le interesa problematizar la cuestión ambiental desde una perspectiva de los postulados del filósofo alemán; por el contrario, lo confronta utilizando la preposición ante; esto le posibilita, por un lado, establecer los límites de la pregunta por “el ser” ante la cuestión ambiental y, por otro, introducir la pregunta por la vida ante la crisis civilizatoria producida por las prácticas y semióticas del capitalismo contemporáneo. Me gustaría que la entrevista comience con algún comentario de estos dos aspectos: ¿Qué fue lo que observó en la obra de Heidegger que le permitió situar esta diferencia ontológica entre el problema de la existencia (el ser-ahí) y el problema de la inmanencia de la vida, siendo ésta la piedra angular de su discurso para abordar la cuestión ambiental en el horizonte del capitalismo contemporáneo? 

Enrique Leff: Muchas gracias Israel. Con esta pregunta se abre la cuestión esencial que está a debate en este libro: El fuego de la vida. Heidegger ante la cuestión ambiental. Se trata de la confrontación de la comprensión humana del mundo que parte de la pregunta por el Ser, frente a aquella que se despliega desde la inmanencia de la Vida; de la diferencia de preguntar desde la diferencia ontológica entre el Ser y los entes, o hacerlo desde la diferancia pre-ontológica entre lo Real y lo Simbólico. Esta diferencia se despliega a partir del título del libro en el uso propositivo de la preposición “ante” que significa colocar a Heidegger ante el juicio de la cuestión ambiental, que en el fondo cuestiona a la pregunta misma que debe guiar el sentido de la existencia humana. Leido en esta perspectiva, el libro es una indagatoria sobre lo que significa preguntar, porque el mundo que vivimos tenemos que cuestionarlo, y de la formulación correcta de la pregunta que conduzca a restaurar las condiciones y los sentidos de la vida ante la crisis ambiental como una crisis civilizatoria que pone en riesgo no al ser, sino a la vida.

El tema que problematiza Heidegger es el porqué el ser humano tiene que preguntar; y cuál es la pregunta que abre la mirada, que abre el intelecto y los sentidos, que abre la comprensión del mundo que debe llegar a habitar el ser humano. Heidegger no dice que lo único que puede y debe ser pensado es el Ser, pero sí afirma que es lo más digno de ser pensado, y que, sin pensar el Ser, todo lo demás que pensemos es, si no algo fatuo, sí algo secundario, algo derivado de la pregunta fundamental, desviado del camino al habla que conduce al verdadero camino del pensar. Para que el ser humano llegue a habitar dignamente el planeta, según Heidegger, precisa orientar la pregunta por el Ser. En este sentido, lo que quedó olvidado en la historia de la metafísica no es la pregunta del ser de los entes, sino, la pregunta del Ser del Ser, como la pregunta esencial. Es la pregunta que abre en el giro de su meditación del Ser como el Ereignis das Seyn, la empropiación del Ser de todo lo existente. Es claro que en esta operación ontológica por antonomasia, si no niega, si desprecia, desvalida y relega la pregunta por la Vida, la cual se subsume en la pregunta por el Ser. De esta manera, la ontología fundamental de Heidegger se debate contra la Lebensphilosophie, contra La Filosofía de la Vida, entramada con la ciencia de la vida, como fuera propugnada por Dilthey o plasmada en La evoución creativa de Henri Bergson; en los efectos filosóficos de la revolución darwiniana en la comprensión de la vida. La cuestión de la pregunta filosófica sobre la vida de hace un siglo, que se agudiza con la crisis ambiental de nuestro tiempo, es la de la esencialidad y primordialidad del pensamiento del Ser, frente a la pregunta por la Vida, por las condiciones de la vida.

Ciertamente, el ser humano se ve conminado, atraído y arrastrado por la pregunta por el ser, porque afirmamos lo que existe diciendo: esto es, las cosas son; o sea, que el verbo ser es consustancial a la gramática, a la sintaxis, a las formas de nombrar y describir las cosas del mundo. Entonces, digamos que no es fácil evitar la pregunta por el significado del ser de las cosas; y eso deriva de manera inevitable, siguiendo los influjos del razonamiento lógico, en la pregunta por el Ser del Ser. Esa es la pregunta que Heidegger deja planteada a través de su giro metafísico hacia la mística del Ereignis das Seyn, que subordina cualquier reflexión que venga del Dasein, del ser pensante; que la juzga incluso como una voluntad de saber. De esta manera, la pregunta por la Vida queda subordinada a una especie de revelación del Ser. Pero lo que queda ahí en el olvido, lo que queda subyugado, lo que queda desplazado del foco de atención y de comprensión del ser humano, es la comprensión de la Vida.

Hay que recordar que la ontología es la pregunta por el ser. Ontología significa eso. Es el pensamiento, la reflexión sobre el ser; y en este momento de la historia, la reflexión sobre el ser es la de un mundo que se ha constituido en el modo de ser de la Técnica. La Técnica es el modo de ser del mundo de la modernidad, y ese mundo está destinado a una fatalidad, a una catástrofe civilizatoria donde para Heidegger, uno tendría que imaginar su salvación en la revelación del Ser. Es ahí donde irrumpe mi punto de disquisición, de debate, de combate, de confrontación con Heidegger; pues tan válida como sea la pregunta por el ser, lo esencial que vemos en cuanto a las consecuencias del Mundo de la Técnica es la destrucción de la vida. Lo que destruye el mundo de la técnica no es el ser, porque el ser sobrevive a todas las destrucciones mientras haya un pensamiento humano que formule la pregunta por el ser. Pero la pregunta por el ser se sostiene en la sustentabilidad de la vida. En este sentido, no habrá pregunta por el ser en tanto no haya un ser humano que se la pregunte, y lo que estamos viendo sucumbir en esta progresión de la pregunta por el ser, que no se mantiene solamente al nivel de la metafísica o de la mística, es la vida en el planeta vivo que habitamos, donde se configuró el homo ontologicus que formuló la pregunta por el Ser. En efecto, la pregunta por el ser ha configurado un régimen ontológico que ha conformado un mundo que destina la muerte entrópica del planeta. Ese Mundo de la Técnica, ese mundo de la racionalidad moderna, lo que ha hecho es desbocar la vida, desencadenando los procesos entrópicos que degradan la vida en la Tierra. Y esa es para mí la gran cuestión olvidada, la pregunta no pensada de manera correcta y profunda, que no llega al fondo de la cuestión: no sólo de las configuraciones del pensamiento humano, de las formas simbólicas, sino de las motivaciones y de los deseos que conducen la conducta humana, la praxis de la vida y que instituyen las condiciones de la existencia de la vida. Esa es mi controversia con Heidegger: la crisis civilizatoria causada por el olvido de la vida.

Heidegger hace alusión a la catástrofe del Mundo de la Técnica en cuanto a la construcción de un mundo objetivado; mas no llegó a pensar el “ser hacia la muerte” en términos de la degradación de la vida y de la muerte entrópica del planeta. Heidegger no llegó a pensar la manera como el mundo de la técnica se estructura y se articula en los dispositivos de poder de la racionalidad de la modernidad. Heidegger llegó a pensar la configuración del mundo de la Gestell como un mundo objetivado que dispone a la totalidad de los entes al cálculo y la planificación. Sí, pero no basta decir que todas las cosas, que todo lo existente se convierte en objetos de apropiación, sino hay que ver los mecanismos de apropiación destructiva del Capital que se fueron construyendo a través de la cosificación de los entes y de la objetivación de la naturaleza; es necesario visualizar los juicios racionales, los mecanismos económicos y los procedimientos jurídicos que han instituido las estructuras sociales que motivan las acciones humanas y movilizan el metabolismo de la biosfera. La objetivación del mundo se instaura en un régimen ontológico donde se constituyen los ejes de racionalidad de la modernidad –la racionalidad económica, la racionalidad científica y tecnológica, la racionalidad jurídica, articuladas al modo de producción capitalista que es el régimen ontológico dominante pensado por Marx y Weber, no por Heidegger.

Es ahí donde se plantea el ante del subtítulo del libro: “Heidegger ante la cuestión ambiental”; del ante como reparo, como diferencia, como cuestionamiento de la Verdad del Ser ante la Verdad de la Vida; porque Heidegger no alcanzó a pensar la constitución de los motores de la historia que en la modernidad destinan la muerte de la vida; la complejidad de los procesos de degradación ambiental que están activando este proceso desde la configuración e institución de la racionalidad de la modernidad que opera como un presupuesto en los cuales actúa, y a través de los cuales se opera el “mundo como es”, como una precondición de la vida.

Israel Ruíz: Muy bien, Heidegger no advierte la pregunta por la vida. Y a propósito de esto, vamos al título de su libro: El fuego de la vida. En la segunda parte de su texto, abre la exposición con un capítulo que llama “Heráclito y el Fuego de la Vida”. Debo confesar que para abordarlo tuve que seccionarlo en distintas partes -y leerlo en distintos momentos- con el propósito de esbozar algunos caminos de comprensión, y es que lo que ahí está escrito es igualmente denso como la “oscuridad” del filósofo que invoca. Lo que logré hilvanar fue lo siguiente: 

Sabemos que Heráclito fue un filósofo de la contradicción y de lo que de ese evento emerge como devenir. Sin embargo, contradicción y devenir adquieren otras dimensiones cuando el filósofo de Éfeso sitúa al “fuego” como el origen de la vida. En mi interpretación, Heráclito no toma este elemento en su forma literal, es decir, como una manifestación de energía, luz y calor producida por la combustión de una materia, sino que lo utiliza como una metáfora para hablar de la apetencia del ser que habita el logos.

Si es así, el uso metafórico de el fuego en Heráclito lo observo en lo que usted plantea mediante la expresión: “la vida quiere vida”. Cuando señalo esto, estoy pensando en dos significantes que utiliza a propósito del psicoanalista francés Jacques Lacan y del filólogo alemán Nietzsche, por un lado, “la falta en ser del sujeto humano” y, por otro, “la voluntad de poder como voluntad de vida y de comprensión de lo Real de la Vida”. Si hace sentido esto que expongo, me gustaría plantear la siguiente pregunta: ¿qué lectura le da a este doble rasgo del fuego de la vida -como “falta en ser” y como “voluntad de poder”- que usted enuncia como “la vida quiere vida” y que puede captarse en términos de contradicción y devenir, de falta y deseo?

Enrique Leff: En esta segunda parte del libro busco arraigar mi reflexión sobre la vida en la intuición de Heráclito sobre la Physis. Luego de la crítica de Heidegger y de la metafísica del Ser por el “olvido de la vida”, lo que he intentado ahí es rescatar la primera gran y más fuerte intuición de lo que es la vida: aquello que enunció el gran Heráclito como Physis. Esa intuición es uno de los grandes enigmas del pensamiento humano, porque en un fragmento, el “Oscuro de Éfesos” dejó plasmada la verdad de la vida; o al menos la manera de abordar la verdad de la vida en el “primer comienzo” del pensamiento filosófico. Sí, en efecto, Heráclito es el pensador originario de la contradicción y del devenir desde la contradicción. En este sentido es el antecesor de Hegel, de Marx y de la dialéctica de la historia. Pero hay algo en ese fragmento originario de Heráclito que dice algo que no dice la contradicción o el devenir desde la contradicción: me refiero a lo que dice el significante Physis, y lo que podemos conjugar con “el fuego de la vida”. Physis es la intuición de la vida como todo lo existente, de la totalidad del ser y de los entes como una potencia emergencial; una potencia emergencial que viene del cosmos, de la conjugación de los átomos y de las energías cósmicas, aunque Heráclito no lo haya descrito de la manera como más tarde la cosmología, y hoy la termodinámica de la vida, pueden desplegarlo en su complejidad emergente en la evolución creativa de la vida. Lo que dice el significante Physis es un proceso emergencial, complejizante, donde ya se inscribe aquello que después formularía Nietzsche como la voluntad de poder, como el principio de “la vida que quiere vida”.

En este sentido, lo que dice la Physis no es solamente la apetencia del deseo humano, no es tan sólo una metáfora del deseo inconsciente o del ser que habita el logos. No solamente el deseo humano quiere más y no se agota en querer más. La vida es eso que quiere más vida, y por eso logra “contradecir”, resistir y rexistir, a ese otro principio que gobierna el cosmos, que es la entropía. La neguentropía es el proceso de conjugación desde los primeros átomos y moléculas hasta las formas más complejas de la vida, y la evolución de la vida que pensó Darwin. La vida no puede pensarse tampoco fuera de esa comprensión esencial del fuego de la vida, tanto de la energía solar y la incandescencia de la materia, como de los procesos de combustión interna de los organismos vivos a través de la respiración que mantiene vivas a las células. Lo que está en germen en esa intuición lúcida, resplandeciente como el fuego de la vida, en el concepto y el significante Physis, es la comprensión originaria de la inmanencia y del devenir de la vida: del proceso complejidad emergente en el metabolismo de la vida.

Ahora bien, el principio de contradicción que moviliza el devenir de la vida no nace en las conjugaciones de la simbiogénesis de la vida, en las cargas positivas de los núcleos atómicos y negativas de los electrones, sino del Logos humano que brota de la emergencia del orden simbólico desde lo Real de la Vida: de ese punto de disyunción entre lo Real y lo Simbólico que marca la diferancia originaria que señalara Jacques Derrida como un acontecimiento preontológico anterior a la diferencia entre el Ser y los entes. Heráclito es el gran pensador de la Physis y del Logos; del Logos como la manera de significar a la Physis, a la manera como el Logos griego intenta recoger, recolectar, pensar lo múltiple, lo diverso y lo diferente de los entes en la Antigua Grecia, en el origen del pensamiento occidental. Es ahí donde se forja el pecado original de la historia de la metafísica, la falla del pensamiento que se instaura en la imposibilidad del Logos de pensar lo múltiple, de pensar el sentido profundo de la Physis como el acontecimiento creativo del cosmos, antes del acto creativo del Logos humano que lo reduce al pensamiento de lo Uno y lo Universal. De la diferencia originaria entre lo Real y lo Simbólico nace la contradicción entre la Physis y el Logos, que en el devenir de la historia desplegará el conflicto de la vida: la confrontación entre el pensamiento racional y la inmanencia de la vida. El Logoscomo modo de comprensión de la Physis desvía los cursos de la vida al apropiársela a través de la Ratio como la medida de las cosas; y luego como objeto, a través del principio a priori de la razón, de la razón suficiente. Ese dominio que va del Logos a la Ratio, y de allí al ego cógito que instituye el orden de la Racionalidad  del Mundo Moderno, constituye al mismo tiempo al Yo de la consciencia humana; en el orden ontológico del Iluminismo de la Razón se diseña al mismo tiempo la subjetividad del ser humano y la racionalidad tecno-económica que gobierna al mundo moderno. De esta manera, las configuraciones objetivas institucionalizadas que derivan del Logos humano originario han desviado los cursos de la vida hacia esta la crisis ambiental de nuestro tiempo.

Este desenlace de la historia que ha cercado al mundo moderno es lo que Heidegger no alcanzó a pensar. Heidegger se desliza por el camino del Ser, de un “ser” que siempre se evade, que no alcanza a tomar el centro del esquema de comprensión de la degradación de la vida y la deriva de la condición humana; como si hubiera una fuerza centrífuga en los giros del ser que lo lanza hacia la objetivación de los entes. En tanto, el Ser quiere ser el Ser; quiere ser como Dios; como el Dios que dice “soy quien soy”. Esa es la voluntad de poder que subyace en la meditación de su giro ontológico hacia el Ereignis das Seyn. Pero en tanto, las formulaciones, las codificaciones y los andamiajes del Logos humano que han buscado pensar el Ser, los esquemas de racionalidad que han conducido el pensamiento humano para aprehender la realidad objetiva, han dejado a su paso una huella ecológica. La cuestión ambiental no reclama el olvido del Ser. Lo que llama a pensar es la Vida, la vida dominada, constreñida y subyugada por la soberanía del pensamiento del ser, de la “historia del ser” que se ha convertido en la violencia de la metafísica hacia la vida; en una voluntad de poder que viene agotando y extinguiendo la vida. Lo que estamos sufriendo como crisis ambiental y ahora con la crisis epidemiológica de la pandemia del Covid19, es una crisis civilizatoria; no es una crisis ecológica per se, sino una crisis inducida por el pensamiento humano, por los modos de apropiación simbólica y cognitiva, económica y productiva del planeta. Por eso la pregunta esencial de la filosofía debe volverse hacia la vida; hacia la comprensión de las condiciones termodinámicas, ecológicas, simbólicas y culturales, de la sustentabilidad y el sentido de la vida.