Reseña de Exploring Greenland. Cold War Science and Technology on Ice

Doel, R. E., Harper, K. C. & Heymann, M. (2016). Exploring Greenland. Cold War Science and Technology on Ice. Florida: Palgrave Macmillan.

No es algo desconocido que, a lo largo de las últimas centurias, se han ido sedimentando varias ideas arquetípicas, entre la ensoñación y lo verídico, que han forjado en Occidente un fascinante imaginario en torno al territorio ártico (en el que hemos de incluir también a Groenlandia). Se ha creído que era un confín extremo, una especie de terra nullius, una ruta extrema de paso para aventureros pero nunca de destino. Un espacio esencialmente vacío y aislado (poblado únicamente por unos cuantos indígenas inuit, saami o aleutas), un mundo peligroso e incierto que, por su reconditez, bien podría quedarse en el olvido.  No obstante, el arqueólogo Robert McGhee (The Last Imaginary Place) nos da cuenta del marcado contraste existente entre esa preconcepción ciertamente idealizada en torno a esta región septentrional y el intenso dinamismo que actualmente ha alcanzado, lo que sin duda cabe entender como resultado de la transformación interna de aquel imaginario que históricamente se ha atribuido a este punto tan singular del Planeta. Desde ese punto de vista, el muy interesante libro de carácter colectivo que presentamos a continuación (y que ha tenido como editores a los historiadores de la ciencia Ronald E. Doel, Kristine Harper y Matthias Heymann) tiene la pretensión de situar al lector en un periodo histórico definitivo (el que comprende fundamentalmente la fase final de la Segunda Guerra Mundial y las primeras décadas de la llamada Guerra fría) que, precisamente, además de esbozar el escenario de nuestra contemporaneidad, contribuyó también a cambiar definitivamente la consideración tradicional, especialmente en lo que tiene que ver con su valor y alcance geoestratégicos, de este inmenso territorio.

Hoy en día, nadie que esté al tanto de los asuntos relacionados con las estrategias de política internacional o con las pugnas soterradas por el control de los recursos naturales a escala terrestre puede cuestionar la importancia de esta región que en apariencia, tanto geográficamente como políticamente, se ha encontrado en la periferia de los procesos de construcción civilizatoria a escala mundial. Esta presunción, aceptada sin rechistar hasta hace muy poco, fue retomada y fortalecida por el resurgimiento de un moderno auge aventurero y novelesco, que impelía a situarnos en una extremidad agónica, a través de gestas aciagas como las expediciones de Vilhjalmur Stefansson (durante las dos primeras décadas del siglo XX), Robert Peary (con su cuestionada travesía al Polo Norte de 1909), John Franklin (y su fracaso intento de encontrar el paso al Noroeste) o la misteriosa expedición Polaris de 1871-72. Con todo, lo que se dice en el libro viene a constatar que, junto con estas empresas heroicas por alcanzar uno de los confines todavía sin explorar en el plantea, ya desde las primeras décadas del siglo XX Groenlandia y la extensión ártica ha constituido uno de los centros de disputa de las pugnas geoestratégicas de las potencias emergentes de aquel periodo (fundamentalmente naciones europeas, Rusia y Estados Unidos). Dicha circunstancia se acrecienta en grado sumo durante la Segunda Guerra Mundial y en la etapa inmediatamente posterior, cuando el mundo se sumerge en una fase inédita de Guerra Fría.

Pues bien, lo que resulta evidente a la luz de los textos que se compilan en este libro es que Groenlandia, la enorme isla que desde 1953 pertenece al reino de Dinamarca, se convirtió en un espacio sumamente ambicionado por todos aquellos contrincantes implicados en las disputas geoestratégicas de la segunda mitad del siglo XX, en la medida en que se tenía claro que un dominio significativo o un posicionamiento notorio en dicho territorio tendría todas las posibilidades de inclinar la supremacía militar en la contienda soterrada que mantenían EEUU y la Unión Soviética en diversos frentes y en sus diversas áreas de influencia. Según avanzamos en la lectura del libro, se nos hacen patentes las razones de ello. Groenlandia constituía un punto intermedio, equidistante entre Norteamérica, Europa Occidental y la Unión Soviética, desde el que se podía alcanzar, a través de aviones bombarderos o de misiles guiados, puntos estratégicos de la Unión Soviética (como por ejemplo la capital, Moscú, Leningrado o Murmansk, donde se encuentra situado el mayor puerto en el Ártico y la base principal de la Marina de Guerra Soviética -la flota del mar del norte-). Esto sin duda alguna explica que, posteriormente a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, cediendo nuevamente y a regañadientes la soberanía de la isla a Dinamarca (hasta tal punto que el Secretario de Estado bajo la administración de Harry S. Truman, James F. Byrnes, había solicitado en 1946 al Ministro de Asuntos Exteriores de Dinamarca, Gustav Rasmussen, la venta de Groenlandia por 100 millones de dólares), se apresta no obstante a cambiar de táctica y decide construir bases militares de gran envergadura. En diversos apartados del libro es posible encontrar numerosas referencias e información relevante, gran parte de ella desclasificada en los últimos años, donde el lector puede hacerse una idea del proceso de construcción y de la naturaleza de las actividades desarrolladas tanto en la base aérea de Thule (cuya infraestructura se completó en 1951, convirtiéndose así en la base militar más septentrional de la Fuerza aérea de los Estados Unidos) y en la ciudad subterránea de investigación científico-militar de Camp Century, cuya construcción se inició con el desconocimiento de las autoridades danesas, lo que supuso un tormentosa crisis política y una verdadera conmoción en la opinión pública danesa.

Ciertamente, en esta obra queda meridianamente claro que el cambio drástico del estatus internacional de Groenlandia como un territorio con un valor geoestratégico sobresaliente supuso indeseados contratiempos para el gobierno danés, que consideraba este hecho como una amenaza para la soberanía del territorio. Ante esta espinosa y grave tesitura, las autoridades danesas “hicieron de la necesidad virtud” y trataron, a veces con relativo éxito, de concertar con cierta sagacidad los principios ético-políticos de fondo que se encontraban  arraigados en la población danesa (centrados especialmente en una frontal e inapelable oposición a la escalada armamentística nuclear) y una postura de contrapeso y de una aparente simetría en relación con las indisimuladas pretensiones de los militares estadounidenses en Groenlandia. Se trataba, en última instancia, de una postura política forzada, guiada por el hecho de ser un país europeo de modesta relevancia que se veía, por el curso de los acontecimientos, inmerso en el ojo del huracán, esto es, en el centro de las tensiones y de los conflictos causados por las grandes superpotencias del momento: EEUU y la Unión Soviética. Teniendo esto en cuenta, hay que suponer que no fueron ni mucho menos escasos los incidentes en los que, debido a las medidas unilaterales e intervenciones de los militares estadounidenses, se puso peligrosamente en entredicho la soberanía de Dinamarca sobre Groenlandia. El caso particular de Camp Century, como ya se ha señalado anteriormente, fue especialmente sangrante, ya que los Estados Unidos almacenaba discretamente bombas nucleares en su interior, lo que de facto suponía una flagrante violación de la declaración danesa de 1957 de prohibición de bombas nucleares en territorio danés. En ese sentido, Groenlandia ilustra bien a las claras las trabas y los múltiples inconvenientes que debían afrontar estados más pequeños durante la Guerra Fría, expresadas en medidas diplomáticas que, en la práctica, fueron eclipsadas por la atmósfera de tensión entre EEUU y la Unión Soviética.

Ahora bien, el asunto que se desprende de la lectura de los diferentes capítulos que jalonan este libro posee una mayor enjundia. Y es que las tramas políticas subyacentes y en ocasiones desarrolladas bajo un espeso manto de secretismo que se describen con detalle, en las que se descubre una íntima conexión entre las ciencias geofísicas y los objetivos priorizados dentro del sector militar, pueden tener la virtud de hacer caer definitivamente la “venda de los ojos” a aquellos guardianes de la ortodoxia científica (imbuidos en un universo heteróclito de intereses) que todavía abanderan la manida neutralidad de valores (en los términos consignados por Max Weber a inicios del siglo XX) o el ethos mertoniano como eje procedimental en la praxis científica.

Teniendo esto en consideración, se ha de admitir entonces que el enfoque aportado por los autores que integran esta obra resulta del todo punto interesante, en primer lugar, porque este tratamiento de la ciencia no se ha abordado en demasía (más bien lo contrario, a excepción de los trabajos pioneros de Ronald E. Doel, Robert E. Kohler, Kai-Henrik Barth, Michael A. Dennis, entre otros) y, en segundo lugar, porque pone encima de la mesa la exigencia (planteada ya desde los estudios de Stephen E. Toulmin) de llevar a cabo un ejercicio de re-escritura de la historia de la ciencia integrando factores que han sido tradicionalmente desechados (y que sin embargo, son claves para una comprensión integral de la práctica científica), a la vez que se adopta una perspectiva más ajustada a los contextos sociopolíticos en los que ésta se desarrolla. En este caso, parece factible afirmar que la supremacía geoestratégica que representaba la situación de Groenlandia sólo podía apuntalarse mediante la otorgación de un papel protagónico a la ciencia. Al transformarse en un teatro relevante de operaciones de guerra cuya extensión ocupaba en su totalidad las regiones terrestres árticas, resultaba imprescindible iniciar en la zona diversas empresas científicas (en forma de instalaciones, exploraciones, investigaciones, etc.) que tuviesen como resultado obtener en el menor tiempo posible un conocimiento mayor y fundamentado sobre las condiciones físicas y meteorológicas existentes de cara a la implantación de misiles de largo alcance, el desenvolvimiento de submarinos de poder nuclear o el establecimiento de sistemas de radares defensivos y de alerta temprana. Desde ese punto de vista, los estudios practicados en Groenlandia durante el periodo de la Guerra Fría son un ejemplo paradigmático que demuestra el rol central de lo militar en el desarrollo de las ciencias ambientales. Dicho con otras palabras, el interés de estas últimas décadas por el medio ambiente planetario (sobre todo, en lo relacionado con las ramas físicas de las ciencias naturales, es decir, con la geofísica) estuvo en gran parte originado por intereses de naturaleza militar en el complejo escenario geoestratégico que se dibujó tras la Segunda Guerra Mundial.

El libro, en consecuencia, aborda una arista del desarrollo científico que no ha sido en absoluto estudiado por los historiadores y que tiene que ver con los impulsos políticos que han determinado la praxis científica a la largo de la historia. Con ello, se está llevando a cabo un ejercicio de realismo metodológico y de exploración compleja en lo que se refiere al estudio histórico, al evidenciar que la ciencia, en tanto que se alza como el sistema de conocimiento humano triunfante en la modernidad, no puede ser en modo alguno ajena a las condiciones socioculturales en las que descansa, de tal modo que se ve abocado a desprenderse de ese idealismo positivista que ha embargado el quehacer científico desde el siglo XIX (al imponerse definitivamente, tal y como nos lo hace saber Lorrain Daston en sus extraordinarios estudios, la cualidad epistémica de la objetividad). La ciencia, por lo tanto, no sólo es impulsada de modo interesado por las estructuras militares, sino que, sin ningún atisbo de duda, contribuyen decisivamente en el desarrollo de la industria militar de los Estados Unidos. Y esta íntima y provechosa relación supondrá una constante recurrente durante las cuatro décadas de Guerra Fría, especialmente en lo que tiene que ver con los desarrollos de la ciencia y de la tecnología en Groenlandia.

Los editores han estructurado la organización de este libro, que consta de varios capítulos escritos por especialistas en la materia, en torno a tres secciones principales:

  1. Razones por las que los militares y el gobierno federal de los Estados Unidos consideró urgente la creación de bases y desarrollar una investigación ambiental en Groenlandia.
  2. Naturaleza de esfuerzos científicos realizados en Groenlandia y las relaciones de los intereses civiles y militares con cinco disciplinas geofísicas.
  3. Impacto de las agendas políticas y diplomáticas sobre la ciencia y el propio uso de la ciencia para fines políticos.

En la primera sección (Arctic Challenges in the Cold War) se pone el acento, sin desdeñar otros aspectos concomitantes, los motivos reales que se ocultaban tras el inusitado interés por parte del Gobierno de los Estados Unidos para impulsar campos de estudio orientados a la exploración y análisis de las condiciones geofísicas de Groenlandia. Teniendo en cuenta dicho interrogante, Ronald E. Doel (Defending the North American Continent: Why the Physical Environmental Sciences Mattered in Cold War Greenland) sigue el hilo de la trama científica y de la red tecnológica (inspirándose en los planteamientos de Thomas P. Hughes en torno a su tesis sobre el modelo del sistema técnico) desplegadas por los Estados Unidos con el objeto de recabar información de toda clase que estuviese relacionada con lo que la Casa Blanca denominaba, ya en 1966, como “ciencia ambiental”, esto es, estudios atmosféricos y de los campos magnéticos, investigaciones sobre la ionosfera, análisis de la meteorología y de las variaciones climáticas, examen de la estructura y propiedades de la capa de hielo, etc. Las razones de esta “determinación por la ciencia” eran múltiples y, al mismo tiempo, estaban sobradamente justificadas a los ojos de los altos mandos militares. Por un lado y como se ha señalado con anterioridad, Groenlandia ocupaba un lugar crucial para ejercer un efecto disuasorio frente a un posible ataque soviético contra los Estados Unidos, en la medida en que se situaba en un punto equidistante y permitía un fácil transporte de tropas y bombarderos (por aquel tiempo, los famosos B-29 y B-52). De igual modo, en la isla se daban las condiciones ambientales propicias para generar innovaciones tecnológicas aplicadas de gran envergadura y, por ende, imponerse en la supremacía militar. Uno de los casos paradigmáticos es el de los desarrollos tecnológicos centrados en submarinos nucleares y misiles guiados, elementos esenciales para completar el sistema de defensa del territorio norteamericano (que abarcaba también el territorio canadiense). No resulta en modo alguno casual, por tanto, el interés del RDB (Research and Development Board) del Pentágono para emprender múltiples investigaciones sobre las características físicas de Groenlandia y buscar la aprobación en 1951, por parte del entonces presidente Harry S. Truman, de la construcción de la base aérea de Thule, en el noroeste de Groenlandia. De acuerdo con Doel, este periodo constituyó una edad de oro para las Ciencias de la Tierra, como resultado de las estrechas y prolíficas relaciones entre las diferentes disciplinas científicas implicadas y los intereses político-militares predominantes en aquel periodo. Precisamente, debemos atribuir a la propia inercia del avance tecnológico, en concreto el desarrollo de los misiles balísticos Polaris (lanzados desde submarinos), una de las razones fundamentales de la pérdida de interés por Groenlandia.

Ahora bien, es importante destacar que las estrategias diseñadas por el ejército de los Estados Unidos pusieron en evidencia la soberanía real de Dinamarca sobre Groenlandia y las propias políticas de intervención en la isla. Este es un tema controvertido analizado por el historiador de la ciencia y de la tecnología de la Universidad de Aarhus Kristian H. Nielsen (Small State Preoccupations: Science and Technology in the Pursuit of Modernization, Security and Sovereignty in Greenland). Es bien sabido que la situación de Dinamarca durante la Segunda Guerra Mundial, ocupada por la Alemania nazi desde 1940, hace que se intensifiquen las preocupaciones del gobierno danés por mantener la soberanía de Groenlandia que, desde 1941 hasta 1945 se convierte en un protectorado de facto de Estados Unidos. Durante el periodo de postguerra, este problema adquiere matices distintos, en la medida en que se produce en un contexto de continuas disputas geoestratégicas suscitadas entre las dos grandes potencias en liza. Es por ello que, ante el interés de EEUU sobre la isla, las élites danesas se ven forzadas a impulsar una estrategia de modernización de la misma hasta la década de los ochenta que supusiese, a la vez, un mayor estrechamiento de los vínculos culturales, económicos y diplomáticos. Por un lado, se procede a la integración jurídico-política de Groenlandia a Dinamarca al incorporarla como municipalidad en el año 1953. Por otro lado, se crea una comisión específica en 1950 dedicada al desarrollo tecno-económico de la isla con el objeto de ir mitigando el nivel de desigualdad existente en comparación con la metrópoli. Finalmente, Dinamarca, siendo consciente de su estatus como nación modesta dentro del escenario internacional de conflictos geoestratégicos, decide incorporarse en 1949 a la OTAN. No es posible negar que el nivel de vida de los groenlandeses se vio incrementado significativamente, a través de una robusta política de subsidios, desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta 1962. Sin embargo, el modelo de desarrollo impuesto no se adaptaba las condiciones socio-culturales ni a los deseos de la población de la isla, lo que provocó una progresiva desafección ya que los ciudadanos groenlandeses se veían, en gran medida, como meros espectadores o ciudadanos de segunda clase frente a un proceso de transformación que estaba dirigido esencialmente por responsables y personal proveniente de Dinamarca. Estas deficiencias de modelo, junto con los graves accidentes registrados en Groenlandia debido a la actividad militar de Estados Unidos (el caso más famoso es el estrellamiento del B-52 en la base aérea de Thule en 1968) crea un profundo sentimiento de impotencia entre la población groenlandesa que tendrá fiel reflejo en los cambios políticos acaecidos en las siguientes décadas, con la obtención de la autonomía interna en 1979, el abandono de la Unión Europea en el año 1985 y, por último, el reconocimiento del derecho de autodeterminación en 2008.

En la siguiente sección (Controlling Hostile Environments: Geophysical Research in Greenland) se analiza el papel de las ciencias geofísicas y su impacto en el desarrollo militar y en la política internacional que se focaliza en Groenlandia. En este sentido, no cabe duda de que la geofísica fue uno de los campos científicos que más se desarrollaron en el contexto de la Guerra Fría en Groenlandia y es preciso admitir al respecto que la comunidad científica se plegó o incluso se identificó plenamente con los objetivos políticos en los que se revestían las iniciativas y proyectos militares en la isla. De esta forma, se llevaron a cabo numerosas expediciones y estudios científicos en campos tan relevantes como el meteorológico, la glaciología o la exploración de la sismicidad del territorio. Un ejemplo de ello es el de las estaciones meteorológicas, aspecto estudiado en detalle por Matthias Heymann (In search of Control: Artic Weather Stations in the Early Cold War). La información sobre las condiciones meteorológicas del hemisferio Norte (en el que se incluyen Groenlandia y el Ártico Canadiense), esto es, indicadores precisos sobre la humedad, la presión atmosférica o la velocidad del viento, se mostró decisiva para guiar con seguridad operaciones militares en Europa central y Occidental durante la Segunda Guerra Mundial y para estabilizar las rutas seguidas por la aviación militar (incluido el lanzamiento de misiles guiados) durante el periodo de la Guerra Fría. Pero, además, la construcción de estaciones meteorológicas para dichos estudios se convierte en un referente simbólico que viene a condicionar las relaciones políticas en la región entre Estados Unidos, Dinamarca y Canadá. De tal modo que el número de estaciones instaladas en territorio groenlandés, los objetivos, la logística y recursos destinados, la naturaleza de sus actividades, los acuerdos de cooperación entre equipos científicos de distintas naciones y, en fin, los agentes de direccionamiento forman parte de un escenario de negociación política, no exento de momentos de tensión y controversias, en donde se trataba de garantizar y consolidar la soberanía territorial de un pequeño país como Dinamarca frente a las tendencias expansionistas reflejadas en la presencia militar estadounidense.

Este alcance multidimensional, y especialmente en lo que tiene que ver con los intereses militares, de los estudios geofísicos en Groenlandia fue una constante durante varias décadas. Si se echa un vistazo a los avances logrados en el campo de la glaciología (el estudio de la nieve, el hielo, el permafrost, etc.), descritos de forma pormenorizada en el capítulo elaborado por Janet Martin-Nielsen (Security and the Nation: Glaciology in Early Cold War Greenland), constatamos, una vez más, su importancia en la construcción de la defensa continental. Aunque se producen en el territorio groenlandés expediciones de naturaleza estrictamente científica, como las comandadas por Paul-Emile Victor (fundador de Expéditions Polaires Françaises en 1947) entre los años 1948 y 1953, generando la primera descripción a gran escala y comprensiva de las propiedades físicas y dinámicas de Groenlandia, la glaciología aplicada a fines militares será muy relevante. Ejemplo de ello es el estudio glaciológico emprendido por el SIPRE (Snow, Ice, and Permafrost Research Establishment) bajo el liderazgo del glaciólogo suizo Henri Bader, quien profundiza en la comprensión de la plasticidad del hielo y de los métodos de construcción de espacios o túneles sin que éstos experimenten colapsos y deformaciones con el propósito de ocultar instalaciones militares bajo la superficie. No en vano, los resultados de este tipo de estudios fueron de gran utilidad para la construcción de la “ciudad subterránea” de Camp Century (1959-1960).

Algo bastante parecido sucede en el campo de la geología, de acuerdo a lo escrito por Chistopher Jacob Ries (Uncommon Grounds: Danish and American Perspectives on Greenland’s geology (1946-1960)), ya que, por aquel entonces, los derroteros científicos o incluso político-económicos, a veces en franca lucha de intereses (como los que representan la GGU –Greenland Geological Survey– y el geólogo y explorador danés Lauge Koch desde finales de los años cuarenta en el mapeo de identificación de recursos minerales en el oeste y este de Groenlandia), se combinan con propósitos abiertamente militares (como mapas topográficos, información y fotografías realizados por la USAF, el US Geological Survey -USGS- y el Military Geology Unit -MGU-) para analizar el suelo, la capacidad de drenaje y la disponibilidad de construcción de materiales. Desde ese punto de vista, la evolución a lo largo del tiempo de los estudios geológicos en Groenlandia se caracterizó por varios rasgos característicos. En primer lugar, la mayor o menor presencia de objetivos militares en la agenda de investigación de los geólogos quedaba determinada por el nivel de relaciones que se mantenían con la Unión Soviética en cada momento. En segundo lugar, la proyección económica de las investigaciones geológicas (en las que se descubren, desde 1949, zinc, wolframio, molibdeno o cobre) quedarán determinadas por el valor de dichos recursos en el mercado internacional. Y finalmente, en tercer lugar se destaca que, en lo estrictamente científico, las expediciones danesas no fueron inter-disciplinarias: los científicos de diferentes áreas podían trabajar codo con codo sobre el terreno pero finalmente cada uno buscaba y perseguía su propia agenda.

En lo que respecta al estudio de la ionosfera, la preocupación se centra en las frecuentes interrupciones o bloqueo en las transmisiones de radio que provocan las corrientes de plasma solar, tormentas geomagnéticas o auroras boreales. Los científicos conocían poco sobre la ionosfera ártica y la propagación de la totalidad del espectro de radio de ondas de baja y alta frecuencia en el ártico (información que es controlada por la Army Air Force junto con el CRPL –Central Radio Propagation Laboratory-). Sin embargo, de acuerdo a lo que indica el investigador del Archivo Nacional de Dinamarca, Henrik Knudsen, (Battling the Aurora Borealis: The Transnational Coproduction of Ionosphere Research in Early Cold war Greenland), las estaciones ionosféricas instaladas en Groenlandia formaban parte de un sistema creado por los aliados a principios de la Segunda Guerra Mundial que cubrían todo el norte (Alaska, Canadá, Groenlandia e Islandia). Con ello se pretendía mejorar los métodos de predicción de las condiciones ambientales y mejorar las comunicaciones de radio para una estrategia de defensa continental en el caso de que la Unión Soviética idease un ataque a través de la ruta polar. Pues bien, pese a que la implantación de este sistema de tecnología científica supuso un dificultoso proceso de negociaciones políticas en las que, una vez más, se ponía en juego la soberanía de los países implicados y obligó a los daneses a impulsar las investigaciones sobre la ionosfera para evitar la tendencia expansionista estadounidense, en las siguientes décadas perderá interés debido a la mejora de los sistemas de comunicación (sistemas de baja frecuencia, cables submarinos, comunicaciones por satélite) y por la emergencia de los estudios sobre la magnetosfera terrestre.

Otro de los campos de la geofísica más significativos y que afectaban directamente a la seguridad nacional estadounidense era la sismología. Durante la Guerra Fría los militares utilizaban técnicas sismológicas para estudiar la naturaleza de las explosiones de bombas nucleares y desarrollaron métodos de detección de larga distancia. No obstante, tal y como nos lo hace saber Anne Lif Lund Jakobsen (Danish Seismic Research in Relation to American Nuclear Detection Efforts), esto suponía una vulneración evidente de la política contraria al desarrollo del poder nuclear seguida por Dinamarca. Con independencia de ello, los estadounidenses decidieron instalar instrumentos de detección sísmica en la base de Thule como parte de un programa secreto y, a su vez, cooptaron a los sismólogos daneses, mediante líneas de financiación y colaboración, para camuflar sus intereses estratégicos orientados a la vigilancia y control de armas nucleares.

En la última sección en la que se estructura esta obra (Entanglement and Transformation: Diplomacy and Politics of Science in Greenland) se pone el foco de atención en las repercusiones políticas generadas por la ciencia auspiciada por los altos mandos militares estadounidenses. No es posible dejar de mencionar en este punto todo lo ocurrido con la  polémica construcción de la base de investigación científica Camp Century, proceso que es analizado en detalle por  Henry Nielsen y Kristian H. Nielsen (Camp century-Cold War City under the Ice). A pesar de que en 1951, el gobierno danés autoriza la construcción en Groenlandia de la base aérea de Thule, los estadounidenses en los años siguientes tratan de construir una segunda base, en este caso subterránea y con funcionamiento nuclear, a unos doscientos kilómetros de la anterior sin conocimiento ni autorización expresa del gobierno danés. Por si esto fuera poco, en la base se quería impulsar un proyecto secreto denominado Iceworm que consistía en una red de misiles nucleares móviles bajo tierra. Es evidente que la deslealtad de los Estados Unidos ponía en un brete al Gobierno danés, y mucho más cuando el asunto es desvelado a la opinión pública a través del The Sunday Star, ya que podía ser interpretado como una ruptura consumada de la política danesa sobre la prohibición de armas nucleares. De igual modo, esto situaba a Dinamarca en una posición de auténtica debilidad frente a las previsibles reacciones procedentes de la Unión Soviética. Y además, aunque el gobierno trató de convencer al Parlamento y a la opinión pública danesa, una vez desvelada la actividad de los militares estadounidenses, de que el proyecto era completamente civil, empieza a extenderse la idea de que Groenlandia en realidad constituía un territorio americano. Hay que añadir que este enconado problema sólo se logrará encauzar a partir de un cambio en la estrategia de defensa nacional de EEUU con la llegada al poder de J. F. Kennedy. Otro de los proyectos que trata de imponer los Estados Unidos y que es prohibido por el gobierno danés es el proyecto de investigación espacial consistente en el lanzamiento de cohetes desde Thule (Henrik Knudsen. Cold War Greenland as a Space for International Scientific Collaboration). En resumidas cuentas, a excepción de la búsqueda y explotación de depósitos de uranio en Groenlandia para su utilización en el desarrollo de programas nucleares, aspecto que, como bien afirman Henry Nielsen y Henrik Knudsen (The Hunt for Uranium in Greenland in the Late Cold War and Beyond), Estados Unidos tuvo un papel muy secundario, las ciencias geofísicas y sus respectivas aplicaciones quedarán absolutamente supeditas a las prioridades impuestas por la seguridad nacional estadounidense, lo que vendrá a condicionar, en definitiva, las políticas internacionales de Dinamarca en el contexto de la Guerra Fría.

No hay duda  de que este libro posee un valor específico para aquellos historiadores de la ciencia con las miras puestas en las políticas científicas durante el periodo de la Guerra Fría y todo lo relacionado con el desarrollo de las ciencias ambientales, especialmente en el Ártico. Y es por ello que lo recomendamos vivamente. Sin embargo, su lectura es también altamente recomendable para todo aquel lector interesado que desee profundizar en las turbulentas y promiscuas relaciones entre la labor científica y las estratégicas de confrontación bélica, circunstancia que en verdad, si se considera sin prejuicios o sublimaciones idealizadas, atraviesa la historia de la modernidad occidental.

Por Carlos H. Sierra